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¿Cómo llenar mi vida?

Escrito por Fundacion Alberto Hurtado

Conferencia para señoras, pronunciada por el Padre Hurtado en Viña del Mar en 1946.

La enfermedad de moda en nuestros días es la neurosis. Una de las profesiones que más trabajo tiene es la de psiquiatra…Muchas personas que se creen atacadas por neurosis no tienen neurosis, sino vaciedad de vida: No tienen nada que hacer, nada que las saque de sí mismas; viven concentradas en su interior, siempre mirándose al espejo de su pensamiento: si están bien, si están mal; si las estiman o no; si la miraron, por qué; si no, por qué la dejaron de mirar… Castillos en el aire… sobre lo que los otros piensan de ella… La neurosis está a la puerta, la vida se tiñó para siempre de tristeza. ¡El egoísmo está en la raíz del mal!

¿Cómo curar esa neurosis? Antes de ir al psiquiatra, yo aconsejaría a esa persona que consultara a un Director Espiritual prudente. Puede que la raíz de su mal sea un complejo sepultado en su interior, desde sus primeros años, pero lo más probable es que sea simplemente una vida vacía, sin sentido; un alma que espera algo que la llene, que la tome, que le dé sentido a su existencia.

¡Es tan triste vegetar! ¡Ver que los años pasan y que no se ha hecho nada!, que nadie la mira con ojos agradecidos… que no tiene dónde volverse para encontrar amor.

El cristianismo en esta materia, como en las demás, no es sólo ley de santidad, sino también de salud espiritual y mental. Para algunos, la moral cristiana es un código sumamente complicado, largo, detallado, estrecho… que puede ser violado aún sin darse cuenta. Es un conjunto de leyes ordinariamente negativas: no hagas esto, ni aquello… ¿Cómo voy a poder llenar mi vida con negaciones?

Pero, felizmente, la verdad es muy distinta. El cristianismo no es un conjunto de prohibiciones, sino una gran afirmación… y no muchas, una: Amar. “Dios es amor” (1Jn 4,8), y la moral de quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios, es la moral del Amor. ¿Cuál es el precepto más grande de la ley? Amarás… y el segundo, semejante al primero, es éste: y amarás a tú prójimo como a ti mismo (cf. Mt 22,37-39). Por eso, Bossuet, con su genio clarísimo podía decir: “Seamos cristianos, esto es, amemos a nuestros hermanos”.

La mejor manera de llenar la vida: llenarla de amor, y al hacerlo así no estamos sino cumpliendo el precepto del Maestro. Poco antes de partir de este mundo, al querer resumir toda su enseñanza en un precepto fundamental, nos encargó: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros… En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros… (cf. Jn 13,34-35). ¡En esto, y sólo en esto, conocerá el mundo que sois mis discípulos!

Los primeros cristianos: –¿Cómo se salva a un hombre? –Amándolo, sufriendo con él, haciéndose uno con él, en el dolor, en su propio sufrimiento. No con discursos, que no cuesta nada pronunciarlos; con sermones que no cambian nuestras vidas; ¡sino con la evidente demostración del amor! La Iglesia necesita, no demostradores, sino testigos.

Por eso es que creo que en los tiempos difíciles que nos aguardan, Dios en su inmensa misericordia va a suscitar espíritus nuevos. Yo no me extrañaría de ver una nueva Congregación religiosa vestida de overall, con voto de trabajar en las fábricas y de vivir en los conventillos para salvar al mundo; como hemos visto a las hermanitas de la Asunción y a las de la Santa Cruz darse enteras para la redención de los adoloridos. Y acabamos de leer una obra maravillosa de un sacerdote obrero, quien para salvar a sus hermanos expatriados se deporta, obrero como ellos…

Y entre todos los hombres, hay algunos a quienes Cristo nos recomienda en forma especial: a sus pobres. ¿Quién es mi prójimo?, le pregunta un doctor de la ley a Jesús, y Él le contesta: Por el camino de Jericó bajaba un pobre hombre… medio muerto… Haz tú lo mismo (cf. Lc 15,29-37). Y hacer o no hacer estas obras de caridad con el prójimo es tan grave a los ojos de Dios que va a constituir la materia del juicio: Tuve hambre… tuve sed… estuve preso… No “me” disteis… no “me”… (cf. Mt 25,31-46).

El prójimo, el pobre en especial, es Cristo en persona. Lo que hiciereis al menor de mis pequeñuelos a “mí” lo hacéis. El pobre suplementero, el lustrabotas, la mujercita tuberculosa, es Cristo. El borracho… ¡no nos escandalicemos, es Cristo! ¡Insultarlo, burlarse de él, despreciarlo!, ¡es despreciar a Cristo! ¡¡Lo que hiciéreis al menor, a mí lo hacéis!! Esta es la razón del nombre “Hogar de Cristo”.

Mucho se habla en estos días de orden social cristiano y con mucha razón. Orden que supone una legislación basada en el bien común, en la justicia social, pero orden que sólo será posible si los cristianos nos llenamos del deseo de amor, que se traducirá en dar. Menos palabras y más obras. El mundo moderno es antiintelectualista: cree en lo que ve, en los hechos.

Cuando los pobres ven, palpan su dolor y nos miran a nosotros cristianos, ¿qué tienen derecho a pedirnos? ¿A nosotros que creemos que Cristo vive en cada pobre? ¿Podrán aceptar nuestra fe si nos ven guardar todas las comodidades, y odiar al comunismo por lo que pretende quitarnos, más que por lo que tiene de ateo? ¿Cuál debe ser nuestra actitud?: ¡Sentido social!, servir, dar, amar. Llenar mi vida, de los otros.

 

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