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Santidad moderna

Escrito por Fundacion Alberto Hurtado

Columna enviada por Julio Froimovich G., Presidente Comunidad Judía de Chile, al diario El Mercurio con motivo de la canonización de San Alberto Hurtado. Publicada el jueves 24 de noviembre de 2005.

La elevación de San Alberto Hurtado a los altares supremos de la Iglesia Católica es el reconocimiento más merecido y justiciero que se podría otorgar a este continuador moderno de las enseñanzas proféticas.

La reciente canonización del padre Alberto Hurtado Cruchaga, ahora San Alberto Hurtado, un sacerdote jesuita que -prácticamente es nuestro contemporáneo- nos invita a reflexionar sobre varios aspectos que estimamos de importancia y que deseamos compartir.

El P. Hurtado siempre tuvo un corazón sensible al dolor de los pobres y marginados y se sintió impulsado a cambiar su situación. Él hizo constantes llamados a abrir los ojos para mirar con honestidad la realidad social del país. Escribió: “Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como a un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros”.

Su intención era devolver a esas personas su dignidad de chilenos y de hijos de Dios. El P. Hurtado tiene conciencia que la pobreza aumenta por un desorden social debido a la libertad humana y que, en consecuencia, esa realidad social puede ser cambiada. Por eso, en 1948, convencido de que “la injusticia causa enormemente más males que los que puede reparar la caridad” y de que los mismos trabajadores tienen que luchar por su dignidad, funda la Asich (Acción Sindical Chilena). Su meta es lograr un orden social cristiano, estimula a los trabajadores a prepararse en la doctrina social de la Iglesia, a incorporarse a los sindicatos, a capacitarse por medio de cursos y talleres. Tampoco descuida la formación de las mujeres, a las que organiza en pequeños círculos de acción, transmitiéndoles su propia espiritualidad.

Junto con los jóvenes y los obreros, su causa se dirigió al extremo más duro de la pobreza: la indigencia. Él mismo repetía: “Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella es deber sagrado”. Aún hoy muchos recuerdan la figura del P. Hurtado recorriendo las calles con su camioneta verde, recogiendo niños, adultos y ancianos indigentes. Fue esta labor la que dio origen al Hogar de Cristo, una obra que, teniendo características épicas, representa lo más noble del espíritu humano; obra espiritual y material que hace el bien sin mirar a quien, intentando devolver la dignidad perdida a quienes más la requieren.

Todo ello, unido a su pertinaz crítica al modo de vida de la clase alta chilena, le valió su antipatía, y acusándolo de tener “ideas avanzadas en el plano social” lograron que presentara su renuncia al cargo de asesor de la Juventud Chilena. Si sólo nos concentramos en esta faceta de la extensa actividad y obra del P. Hurtado, es posible establecer una analogía con los profetas del Antiguo Testamento. Porque, ¿quiénes eran ellos? Eran seres superiores, iluminados y visionarios, que predicaban la justicia social, la observancia de las leyes de Dios y ejercían un liderazgo sobre el pueblo que, aunque temido, en la mayoría de los casos, no fue reconocido por los gobernantes contemporáneos a ellos.

El idioma hebreo no tiene una palabra para “caridad” y el término que utilizamos los judíos es “tzedaká”, que significa justicia y solidaridad, y representa uno de los valores esenciales del Judaísmo. No es caridad, sino restitución del derecho de un semejante a vivir con dignidad. ¿Qué puede ser más parecido a la obra del P. Alberto Hurtado? ¿No es acaso exactamente eso lo que trató de hacer con los pobres de nuestro país?

Indudablemente, la elevación de San Alberto Hurtado a los altares supremos de la Iglesia Católica es el reconocimiento más merecido y justiciero que se podría otorgar a este continuador moderno de las enseñanzas proféticas. Quiera Dios que los compatriotas sigan sus enseñanzas para que en el futuro cercano la desigualdad económica y la marginación se desvanezcan, quedando sólo como un amargo recuerdo del pasado en Chile.

 

 

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