Por Pedro Cisterna*
Nos afirmaba el padre Hurtado que “es muy difícil para los asalariados discutir las condiciones de su trabajo si cada uno individualmente ha de entenderse con el patrón o su representante. Para estar en un pie de menos desigualdad necesitan presentar colectivamente sus peticiones”. Lo anterior resulta elemental en un proceso de construcción del sindicalismo que tiene como pilar y protagonista principal a la clase trabajadora ya que “la ascensión obrera ha sido siempre obra de la propia clase obrera que ha alcanzado la madurez”[1].
Alberto Hurtado define sindicato como “una asociación estable de quienes pertenecen a la misma industria o a la misma profesión”, refiriéndose especialmente a los asalariados, quienes poseen una remuneración fijada de antemano y “ejecutan su tarea bajo las ordenes y vigilancia de su patrón”[2]. La definición de sindicalismo del jesuita y la caracterización del mundo asalariado que él nos ofrece es totalmente identificable en la actualidad, donde trabajadores dependientes siguen bajo “vigilancias” similares, supeditadas al interés monetario acumulador de aquellos que hoy en día manejan los principales grupos económicos del país, minimizando completamente los índices de protección del trabajador. Con lo anterior, no me refiero sólo a una protección material, pues “la protección del trabajo consiste en un conjunto de medidas que aseguren a la persona y a la familia del trabajador las condiciones materiales y morales de existencia reclamadas por las legítimas exigencias de la vida social y de la dignidad cristiana”[3].
Diversos fundamentos sustentan la constitución de sindicatos. Es primordial que estas razones vayan dirigidas hacia el objetivo de cambiar y transformar el orden actual, ya que “si no existe un movimiento sindical no habrá la fuerza de empuje suficiente para hacer reales las aspiraciones de transformación social”[4]. Hacia un desarrollo constante del sindicalismo tanto en la formación técnica como en el “perfeccionamiento moral, acentuando y defendiendo la dignidad de la persona humana, el respeto a su libertad”[5]. Es así como los trabajadores agrupados no pueden contentarse sólo con demandas inmediatistas y gremialistas, más bien deben estar “con la vista fija en un mundo nuevo que encarne la idea de orden, que es equilibrio interior, los dirigentes encaminarán su acción a sustituir las actuales estructuras capitalistas inspiradas en la economía liberal por estructuras orientadas al bien común y basadas en una economía humana”[6].
Hoy tiene un carácter de suma urgencia la organización de los trabajadores, la agudización del sistema neoliberal ha generado la intensificación de las injusticias sociales, entonces “¿No son necesarios los sindicatos? El día en que todos estos problemas estén solucionados, que la sociedad tenga estructuras plenamente humanas, ese día dejarán de ser necesarios… Hoy día no sólo son necesarios; son imprescindibles para el obrero”. Estas palabras del padre Hurtado planteadas hace más de sesenta años perduran hasta nuestros tiempos y definen claramente el norte de nuestra misión actual.
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[1] , [4], [5], [6] y [7]: “Sindicalismo, Historia, Teoría y Práctica”, Alberto Hurtado S.J., 1950, p.1
[2]: “La búsqueda de Dios”, Conferencia en la Concentración Nacional de Dirigentes del Apostolado económico-social, en enero de 1950, en Cochabamba. Alberto Hurtado S.J.
[3]: “Derechos del Trabajador”. Fernando Vives Solar, Sacerdote Jesuita.
*Sub Director Social TECHO-Chile. Abogado, Universidad de Concepción. @pedrocig
Columna escrita para el blog El Quinto Poder, el 25 de febrero de 2014